Blues Train (Teatro Juan Bravo, Segovia, 13-04-2018)

Pasajeros al blues

La noche de ayer viernes en el Teatro Juan Bravo de la Diputación comenzaba con una cuestión seria. Seria y con chaleco. “¿Queréis subir al tren del blues?”, preguntaba al público Jorge Otero ‘Jafo’, bajista y, sin embargo, alto líder de Blues Train. El público, que prácticamente llenaba el patio de butacas, respondía con efusividad que sí, que por supuesto; para eso habían comprado una entrada para el primero de los conciertos del ciclo ‘El mejor jazz, soul y blues’, que continuará con los recitales de Mariola Membrives el próximo viernes 20 de abril y de Clarence Bekker el 27. Anoche tocaba el blues y los pasajeros se dejaron llevar por un sonido de luces tenues y rojizas, humo, velas y crujir de hielos en un vaso ‘old fashioned’. Aunque faltaba el atrezzo, las butacas del Teatro no lo echaron de menos.

El viaje, que fue menos movido que el que había propuesto el huracán Parker hace unas semanas, siguió permitiendo a las piernas seguir el compás, a las manos ejercer de baquetas y a las cabezas pendular de un lado a otro no perdiendo de vista el ritmo. Lo hizo de una forma calmada, tranquila, con esos sobresaltos que permite el blues de vez en cuando y que comienzan con la repetición reiterada de un punteo y rompen a llover arpegios en un momento dado, con el latir de todos los instrumentos a la vez. Como si una nota se hubiese quedado colgada, pidiendo ayuda, y todos los intérpretes fuesen al unísono a rescatarla. Así sonaron los Blues Train en la noche de ayer viernes; como un viaje tranquilo en el que por instantes el maquinista gana velocidad y los pasajeros botan ligeramente en sus asientos.

La noche comenzó, tras la pregunta seria y de rigor, con los cuatro músicos artífices de este proyecto sobre los raíles del escenario. Paul San Martín sentado en su teclado a la izquierda, seguido por Alberto Cosgaya con la guitarra, en el centro Carlos Malles a la batería y a la derecha, con un micrófono para ejercer de guía, al bajista Jafo. El hilo musical comenzaba y pronto el tren, como si fuese, en realidad, una máquina de teletransporte, traslasaba a los espectadores a Chicago. Ya no habría manera de moverlos de allí.

Mingo Balaguer, con zapatos de swing blancos y negros, pantalón y camisa negra y tirantes salía al escenario y se colgaba del cuello el cable para electrificar sus armónicas. Lo que sucedía después era algo que el Teatro Juan Bravo no había vivido, al menos en los últimos años: una demostración práctica de todos los sonidos que puede alcanzar ese instrumento. Si los solos de saxo suelen dejar bocas abiertas y ceños fruncidos de concentración, lo que logró Mingo Balaguer, inflando y desinflando sus carrillos, superó toda capacidad de sorpresa. Segovia se habría quedado toda la noche escuchándole y viéndole sostener su peso sobre el pie izquierdo y después sobre el derecho, sobre el izquierdo y sobre el derecho, sobre el izquierdo… Sólo por ver el paisaje que ofrecía Balaguer, quien alternaba los sonidos de su armónica con los de su voz, el precio del billete del viaje habría merecido la pena.

Tres temas después de haber comenzado, salía al escenario el otro ‘primer maquinista’ de este tren con rumbo a melodías de Sony Boy Williamson o Willie Dixon. Alex Caporuscio, de apariencia más tranquila que Balaguer, retrasaba el protagonismo de Cosgaya a la guitarra y se hacía dueño del volante de punteos, pareciendo más un comandante de vuelo de dedos. Caporuscio, al igual que Balaguer, ponía voz al paisaje y junto al resto de los Blues Train terminaban llevando, durante cerca de una hora y media, a los pasajeros del Teatro Juan Bravo por los locales más airosos de la ciudad del viento.