4ever Festival (Valencia, 21-07-2019)

La música tiene la mágica capacidad de poder detener el tiempo. Cuando suena una canción especial parece como si el mundo se congelara a nuestro alrededor. Hasta aquí todo bien, todo muy bonito. Lo malo es que cuando la canción se acaba no nos damos cuenta de que, mientras tanto, el tiempo seguía pasando.

Con conciertos como los del domingo, los de la segunda edición del 4ever Valencia Festival, no es extraño plantearse cómo el paso de los años puede favorecer o perjudicar a la música, y de qué manera los grupos o cantantes que llevan décadas en esto han sabido adaptarse a todo lo nuevo que se les ha venido encima.

Las edades de la gente que esperaba a que se abriera el puente para llegar al recinto del festival, daban una pista clara de que lo que iba a sonar en la Marina de Valencia tenía solera. Y es que el cartel de este año era muy atractivo, mezclando la juventud de La Plata con formaciones veteranas como Los Planetas, Keane y Tears for Fears.

Cerca de las seis de la tarde el sol golpeaba sin piedad, así que la protección sobre las cabezas, las sombras y la hidratación fueron elementos indispensables para poder disfrutar del festival huyendo de los estragos del calor, por los que pasaron los componentes de La Plata, grupo valenciano con poco mas de tres años de existencia, pero que ha ido calando sin pausa desde el inicio, gracias a una apuesta decidida por un sonido poderoso y sin caducidad, con cuerdas ardiendo al son del sol estival, manteniendo un nivel muy alto durante toda su actuación.

Sobreviviendo a la mortal primera hora, los levantinos dejaron espacio a unos granadinos llamados Los Planetas. Un grupo de culto al que este verano se les ha visto (y se les verá) en varios conciertos por toda España.

El eterno hieratismo de Jota, y el contrapunto eléctrico de Eric se sirvieron y se bastaron para deleitar a sus seguidores, que llegaron a Valencia en legión. Gran mérito el de los granadinos, que también tuvieron que aguantar un calor que no daba tregua a nadie y aumentaba el valor de los artistas al subirse a un escenario.

Por fin se fue haciendo de noche y era el momento para que se sirviera el menú de dos platos para el que la mayoría estuvo contando los días para que llegara aquel momento.

Los británicos Keane salieron muy fuertes a escena. Conscientes de que el público iba, por lo menos, a tararear un par de frases de sus canciones (es un hecho casi científico), apostaron todo en la primera mano arrancando con uno de sus himnos, «Bend & Break».

Desde aquí hasta el final de la actuación todo fue rodado. El público estaba encantado desde la primera canción, y gracias al carisma del cantante Tom Chaplin, se mantuvieron en una nube de la que nadie quería bajar. Fue, sin lugar a dudas, un concierto que superó cualquier expectativa que, ya de por sí, eran buenas.

Keane había dejado el listón muy alto, y eso que los que venían detrás de ellos eran un par de señores llamados Curt Smith y Roland Orzabal, Tears for Fears. Buena parte de la niñez, adolescencia o juventud de muchos de los asistentes está marcada con temas de un grupo que hoy, treinta y tantos años después, reúne a todos estos niños, adolescentes y jóvenes para volver a un pasado perfecto donde sonaban «Everybody wants to rule the world», «Shout», «Sowing the seeds of love«,…

Está claro que los 80 fueron los mejores años, pero aunque no querramos creerlo, han pasado casi 40 años de aquella época gloriosa. Por ello hay que aplaudir a los clásicos que se reúnen, como es el caso de los británicos. Eso sí es inevitable examinar a los miembros más conocidos de cada grupo para hacer nacer y crecer la envidia o la lástima.

En el caso del dúo de Bath saltaba a la vista que los años no han tratado mal a ninguno de los dos, pero a nivel vocal Curt Smith se mantuvo mejor a lo largo de la actuación, mientras que su compañero Roland pasó por muchos momentos de apuro a la hora de mantener la afinación, en temas tan destacados como «Woman in chains».

De todas maneras, y después de darme cuenta de que el exceso de sol en la cabeza causa pensamientos demasiado filosóficos con respecto al tiempo, las 7.000 personas que acudieron a la Marina de Valencia gozaron como lo solían hacer allá por 1986.

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