Cómo orquestar un dulce Año Nuevo
La Navidad, maldita para muchos a quienes no les faltan razones y bendita para otros a quienes también les sobran motivos, tiene, para todos, algo especial: su sonido. Esas melodías que, por encima del bien y el mal contagian y que hacen imposible que tarde o temprano cualquier voz, dotada o no, tararee sus notas. Podríamos hablar del ‘All I want for Christmas is you’, del ‘Last Christmas’, de la multitud de villancicos populares o del ‘Un año más’ de Mecano, pero olvidemos las letras. Cuando el reloj del 31 de diciembre marca el paso de sus veinticuatro horas, todo lo que queda es música. ¡Y menuda música! Si las navidades son de las letras, los años nuevos pertenecen a los violines, a los vientos, a la percusión y a los metales. Los sonidos de la casa de la familia Strauss resucitan y es imposible no dar la bienvenida al año al ritmo de la marcha Radetzky. Con entusiasmo. Con ilusión. Con esperanza. Con notable diversión. Como ayer hicieron los cuatro centenares de personas que presenciaron en el Teatro Juan Bravo de la Diputación el primero de los dos conciertos ‘De Viena a Segovia’, que ofreció la Orquesta Filarmónica de Valladolid.
Dirigida por un no menos entusiasta Ernesto Monsalve, la Orquesta, compuesta por jóvenes que en su media apenas superaban la treintena de años nuevos, ofreció un recital que divirtió, y mucho, a los asistentes. La sobriedad acompañada de la voz de una soprano de años anteriores, dio paso a un concierto en el que ninguno de los músicos sobre el escenario fue más protagonista que sus compañeros. Bueno, quizás un poco la concertina, quien, a lo largo de la hora y cuarenta minutos durante la que se prolongó el concierto, intercambió gestos cómplices con el director y sonrisas de esas que delatan gusto por el trabajo y por cómo éste se desarrolla.
Y es que en ese ‘cómo’ estuvo una de las claves para que los espectadores, empezando por la consejera de Agricultura y Ganadería, Milagros Marcos ―presente en uno de los palcos del teatro― y terminando por un trío de hermanas de entre tres y siete años que ocupaban una de las primeras filas del patio de butacas, disfrutasen de las polkas, los valses o las marchas tocadas por la formación vallisoletana. Ese ‘cómo’, en el que desde el primer segundo la voz en off del propio Ernesto Monsalve se coló en la sala para explicar el porqué y el cuándo del tradicional Concierto de Año Nuevo de Viena, el de qué manera ‘Robinson Crusoé’ inspiró a Jacques Offenbach, el dónde nació la marcha de Napoleón de Strauss o el cómo debe degustarse la polka ‘Bonbon’ de Johann Strauss II, guardó el secreto para que el Año Nuevo comenzase de la forma más dulce en los paladares musicales del público segoviano.
Ese ‘cómo’, insistimos, fue el culpable de que el concierto que cada año despide o da la bienvenida al nuevo dígito sea, en este 2018-2019, difícil de olvidar; porque aunque, como siempre, hubo entre público expertos en la materia a quien no es preciso indicar cuándo deben acompañar con palmas en la marcha Radetzky o contar que en la familia Strauss hubo un Josef, dos Johann o un Eduard, todos ellos impregnados de talento, también hubo muchos espectadores sin formación musical pero con el oído suficiente como para valorar esas melodías que, sin saber muy bien cómo o por qué, llevan instaladas en su memoria desde tiempos inmemoriales. Piezas que cualquiera reconoce y disfruta aún desconociendo su procedencia; como ‘Pomp & Circumstance, Nº1’, la ‘Entrada de los gladiadores’ la polka del ‘Galope del Jokey’ u ‘Orfeo (can-can).
Precisamente repitiendo esta última en un bis, la Orquesta Filarmónica de Valladolid se despidió entre una gran ovación del público del Juan Bravo, esperando que su segunda tarde en el teatro sea igual de dulce y del gusto de los segovianos.